El Cabildo Indígena de Guambia - Silvia
Un poco más tarde de lo previsto, debido a un importante resfriado que me aqueja, abandono el poco recomendable Hotel Coraima, con la firme promesa de proporcionarme un alojamiento un poco más confortable en la noche de hoy.
Me dirijo a la terminal de autobuses de Popayán para tratar de encontrar un transporte de ida y vuelta en el día para la población de Silvia. Este es un pequeño pueblo de 5.000 habitantes situado a 2.500 metros de altura, en las montañas del noreste de Popayán. El motivo que me impulsa a tratar de visitar este pintoresco lugar, es acercarme un poco más a la cultura de los indígenas guambianos. Esa gente de marcados rasgos, vestida con faldas y ponchos coloristas, que cubren sus cabezas con extraños bombines y que hablan entre ellos lengua extraña, llaman poderosamente mi atención. En las montañas de Silvia es donde residen esta importante comunidad indígena.
Pese a ser domingo y existir menos frecuencia de autobuses del habitual, descubro que no hay problema en encontrar una combinación para subir a las 9 am hacia Silvia. Tampoco hay problema para encontrar autobús de vuelta ya que son varias las empresas que ofrecen servicio por la tarde. Antes de comprar el billete, me pongo en contacto telefónico con la policía turística de Popayán, para consultarles sobre la seguridad de la zona. Silvia es zona donde se han producido ataques de la guerrilla recientemente. Me dicen que la zona está tranquila y que puede ser visitada sin problemas. Allá que voy.
El viaje en el destartalado autobús Chevrolet de la empresa Sotracauca, resulta muy agradable. El paisaje que puede divisarse a medida que el vehículo avanza por la retorcida carretera es sencillamente espectacular. Altas montañas, profundos valles, rios y verde omnipresente. Llueve ligeramente y sopla el viento. A través de las rendijas de las ventanas se cuela un aire fresco. No debemos superar los 10 grados.
Al llegar a la localidad de Piendamó, mitad del recorrido, el autobús que hasta entonces iba casi vacío, se llena. Entre la veintena de viajeros que se suben al transporte hay un grupo de indígenas gaumbianos.
El viaje prosigue por un paisaje cada vez más agreste. Sigue lloviendo. No puedo dejar de sentir cierta emoción mientras avanzamos. Soy consciente de que estoy en la zona roja de Colombia. Estos son territorios de los que la guerrilla y paramilitares se adueñan con cierta frecuencia. Aquí, la política de militarización de las zonas rurales promovida por el presidente Uribe se deja notar. En cada cruce de caminos, en cada pequeña población que cruzamos, unidades de la policía de tráfico, la policía nacional y del ejército, protegen el territorio. Todos van fuertemente armados con fusiles, pistola y granadas y contribuyen a elevar la tensión ambiental.
Tras casi tres horas de viaje, el autobús se detiene en la plaza principal de Silvia. En la zona pueden verse muchos indígenas vestidos con sus trajes tradicionales. Hace frío.
La suerte me acompaña ya que nada más descender del autobús, me aborda un tipo de aspecto amable que se presenta como Freddy. Me dice que es guía turístico de Silvia y que tiene una excursión en chiva -pick up- al territorio guambiano. Me da un papelito en el que indica que por 12.000 COP me lleva a visitar a los guambianos, me explica su modo de vida e historia y me ofrece una comida y bebida típicas. No sin cierto recelo, acepto. Aunque sistemáticamente descarto cualquier tipo de excursión organizada, creo que es mi única oportunidad de adentrarme en territorio guambiano, más allá de Silvia.
La decisión resultó ser acertada.
Freddy nos explica con pasión como los indígenas protagonizaron violentos enfrentamientos con las autoridades colombianas por conseguir el control de sus territorios históricos y que pese a los logros conseguidos, todavía continúa hoy. Nos explica que viven de manera muy sencilla, obteniendo sus parcos ingresos de la agricultura de subsistencia y de la cría de truchas. Nos cuenta que mantienen su propio sistema de gobierno y sus propias leyes, siendo aquella región un Cabildo Indígena formado por una comunidad de 12.000 personas, en la que no se permite vivir a nadie que no sea guambiano. Nos habla de sus tradiciones, modo de vida, de sus gentes... Freddy es un guía turístico, cierto. Pero con una relación especial con el orgulloso pueblo guambiano, al que aprecia y respeta. Por ello, la excursión con la chiva en compañía de un grupo de turistas colombianos venidos de Cali, resulta ser apasionante.
Las tres largas horas que pasamos en el Cabildo Indígema de Guambia, nos sigue un tropel de niños. Ellos saben perfectamente que Freddy lleva turistas, y que los turistas suelen darles regalos o incluso dinero. Son unos que se ven felices, juegan, se divierten. Sus ojos tienen el brillo que sólo los niños tienen, independientemente de su raza o condición. Pero al mismo tiempo uno no puede dejar de sentir cierta pena. Muchos de ellos van vestidos con ropa harapienta. Están sucios. Freddy, propone que no se les de dinero y crea un fondo común entre todo el grupo para comprar en una tienda guambiana -para que el dinero quede en la comunidad-, unas galletas o lápices que iremos repartiendo a los niños que nos vayan abordando. Normalmente tengo como norma no dar nada a los niños, para que ni ellos ni sus padres no vean en el turista una forma de vida. Sin embargo, esta vez pienso que puedo hacer una excepción y contribuyo con la compra de una treintena de lápices.
Escribiendo estas líneas, no puedo reprimir la emoción que me produce recordar a aquellos niños encantadores, llenos de vida... y al mismo tiempo, muchos de llos, viviendo en unas condiciones de vida realmente duras.
Mi experiencia con el pueblo guambiano, ha sido sin duda mi más intensa experiencia en Colombia.
Me dirijo a la terminal de autobuses de Popayán para tratar de encontrar un transporte de ida y vuelta en el día para la población de Silvia. Este es un pequeño pueblo de 5.000 habitantes situado a 2.500 metros de altura, en las montañas del noreste de Popayán. El motivo que me impulsa a tratar de visitar este pintoresco lugar, es acercarme un poco más a la cultura de los indígenas guambianos. Esa gente de marcados rasgos, vestida con faldas y ponchos coloristas, que cubren sus cabezas con extraños bombines y que hablan entre ellos lengua extraña, llaman poderosamente mi atención. En las montañas de Silvia es donde residen esta importante comunidad indígena.
Pese a ser domingo y existir menos frecuencia de autobuses del habitual, descubro que no hay problema en encontrar una combinación para subir a las 9 am hacia Silvia. Tampoco hay problema para encontrar autobús de vuelta ya que son varias las empresas que ofrecen servicio por la tarde. Antes de comprar el billete, me pongo en contacto telefónico con la policía turística de Popayán, para consultarles sobre la seguridad de la zona. Silvia es zona donde se han producido ataques de la guerrilla recientemente. Me dicen que la zona está tranquila y que puede ser visitada sin problemas. Allá que voy.
El viaje en el destartalado autobús Chevrolet de la empresa Sotracauca, resulta muy agradable. El paisaje que puede divisarse a medida que el vehículo avanza por la retorcida carretera es sencillamente espectacular. Altas montañas, profundos valles, rios y verde omnipresente. Llueve ligeramente y sopla el viento. A través de las rendijas de las ventanas se cuela un aire fresco. No debemos superar los 10 grados.
Al llegar a la localidad de Piendamó, mitad del recorrido, el autobús que hasta entonces iba casi vacío, se llena. Entre la veintena de viajeros que se suben al transporte hay un grupo de indígenas gaumbianos.
El viaje prosigue por un paisaje cada vez más agreste. Sigue lloviendo. No puedo dejar de sentir cierta emoción mientras avanzamos. Soy consciente de que estoy en la zona roja de Colombia. Estos son territorios de los que la guerrilla y paramilitares se adueñan con cierta frecuencia. Aquí, la política de militarización de las zonas rurales promovida por el presidente Uribe se deja notar. En cada cruce de caminos, en cada pequeña población que cruzamos, unidades de la policía de tráfico, la policía nacional y del ejército, protegen el territorio. Todos van fuertemente armados con fusiles, pistola y granadas y contribuyen a elevar la tensión ambiental.
Tras casi tres horas de viaje, el autobús se detiene en la plaza principal de Silvia. En la zona pueden verse muchos indígenas vestidos con sus trajes tradicionales. Hace frío.
La suerte me acompaña ya que nada más descender del autobús, me aborda un tipo de aspecto amable que se presenta como Freddy. Me dice que es guía turístico de Silvia y que tiene una excursión en chiva -pick up- al territorio guambiano. Me da un papelito en el que indica que por 12.000 COP me lleva a visitar a los guambianos, me explica su modo de vida e historia y me ofrece una comida y bebida típicas. No sin cierto recelo, acepto. Aunque sistemáticamente descarto cualquier tipo de excursión organizada, creo que es mi única oportunidad de adentrarme en territorio guambiano, más allá de Silvia.
La decisión resultó ser acertada.
Freddy nos explica con pasión como los indígenas protagonizaron violentos enfrentamientos con las autoridades colombianas por conseguir el control de sus territorios históricos y que pese a los logros conseguidos, todavía continúa hoy. Nos explica que viven de manera muy sencilla, obteniendo sus parcos ingresos de la agricultura de subsistencia y de la cría de truchas. Nos cuenta que mantienen su propio sistema de gobierno y sus propias leyes, siendo aquella región un Cabildo Indígena formado por una comunidad de 12.000 personas, en la que no se permite vivir a nadie que no sea guambiano. Nos habla de sus tradiciones, modo de vida, de sus gentes... Freddy es un guía turístico, cierto. Pero con una relación especial con el orgulloso pueblo guambiano, al que aprecia y respeta. Por ello, la excursión con la chiva en compañía de un grupo de turistas colombianos venidos de Cali, resulta ser apasionante.
Las tres largas horas que pasamos en el Cabildo Indígema de Guambia, nos sigue un tropel de niños. Ellos saben perfectamente que Freddy lleva turistas, y que los turistas suelen darles regalos o incluso dinero. Son unos que se ven felices, juegan, se divierten. Sus ojos tienen el brillo que sólo los niños tienen, independientemente de su raza o condición. Pero al mismo tiempo uno no puede dejar de sentir cierta pena. Muchos de ellos van vestidos con ropa harapienta. Están sucios. Freddy, propone que no se les de dinero y crea un fondo común entre todo el grupo para comprar en una tienda guambiana -para que el dinero quede en la comunidad-, unas galletas o lápices que iremos repartiendo a los niños que nos vayan abordando. Normalmente tengo como norma no dar nada a los niños, para que ni ellos ni sus padres no vean en el turista una forma de vida. Sin embargo, esta vez pienso que puedo hacer una excepción y contribuyo con la compra de una treintena de lápices.
Escribiendo estas líneas, no puedo reprimir la emoción que me produce recordar a aquellos niños encantadores, llenos de vida... y al mismo tiempo, muchos de llos, viviendo en unas condiciones de vida realmente duras.
Mi experiencia con el pueblo guambiano, ha sido sin duda mi más intensa experiencia en Colombia.
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