09 enero 2006

El norte del Valle del Cauca. Pereira y Cartago.

El vuelo de Avianca de Bogotá a Pereira, apenas dura el tiempo suficiente para poder saborear el café tinto - café largo y claro - que sirve la amable tripulación de cabina.
La llegada al pequeño aeropuerto de Pereira es cuanto menos sorprendente. El avión no aterriza, más bien se deja caer cuando menos se lo espera el pasajero, sobre una pista que presenta una inclinación descendete de unos 30 grados. Al poco de haber tocado tierra, el aparato realiza un viraje a babor en plena carrera. El lugar elevado donde se situa el aeropuerto, cotribuye a la sensación extraña del aterrizaje..
Tras descender del avión, otra sorpresa. La terminal está abarrotada de ruidoso gentío que contra lo que pueda pensarse, no están esperando a un equipo de fútbol ni a una estrella del rock. Son familiares de los viajeros, que en muchos casos llevan años sin pisar su tierra natal. Es un momento de reencuentros para muchos, incluyendo a mi amigo Pablo, que regresa a su casa de La Unión después de tres años. Su hermana le está esperando y tendrá la amabilidad de dejarme en Cartago, camino de su ciudad.
De Pereira, -"pereirita la bella" como la llaman sus habitantes- no tengo ocasión de ver nada más que el aeropuerto. Prometo visitar esta ciudad antes de mi partida.
En plena noche, apenas se adivina el verde y rico paisaje que discurre a ambos lados de la carretera que circula casi paralela al Rio Cauca. Según me cuentan, el valle tiene una riqueza paisajística inusitada. Habrá que esperar otra ocasión para verlo. El trayecto de unos 45 minutos de duración por una carretera en buen estado, no presenta grandes sorpresas. Poco tráfico, y tres o cuatro controles rutinarios de la policía y el ejército en que no hay siquiera que parar el coche.
Al fin, Cartago, una ciudad que está fuera de todo circuito turístico. De hecho en las prestigiosas guías Lonely Planet, que habitualmente incluyen cada rincón del país a que se dedican, no menciona ni en una sola ocasión a esta ciudad de unos 200.000 habitantes. Y es que no hay muchas razones para venir aquí, salvo que como yo, tengas amigos a los que visitar. Ya me lo advirtieron. Acá se dice "grande y feo como Cartago". Y por si fuera poco, la ciudad y los propios habitantes, tienen mala reputación entre los propios colombianos. Con estas credenciales, es lógico que no lleguen turistas ni se les esperen.
Sin embargo, para mí, que en todos mis viajes me interesa más conocer a las gentes que al paisaje, sin duda Cartago me ofrecerá una excelente oportunidad de concer más a este acogedor pueblo.
A mi llegada a Cartago, me recibe mi buen amigo Mauricio con una botella de Ron Viejo de Caldas. Me recuerda que mañana será un gran día. Su hijo Kevin, cumplirá ocho años.

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