14 enero 2006

La noche de Cali, capital colombiana de la salsa.

Mis amigos Alex y Milena se fueron ya, terminarán sus vacaciones visitando a la familia de ella en Barranca, una pequeña población de la costa norte caribeña del país, a casi mil kilómetros de Cali. Sin embargo han tenido la amabilidad de poner a mi disposición su apartamento, lo cual nunca se lo podré agradecer bastante. Y no sólo eso, al comentarles que quería aprovechar para conocer la noche de su ciudad, pensaron que me vendría bien un guía, por lo que me pusieron en manos de una amiga de Milena, noctámbula y conocedora de la noche caleña y de sus peligros.

Le pido a Marcela, que así se llama mi guía, que elija un buen restaurante. Si bien en las cafeterías, piqueteaderos y pequeños restaurantes que proliferan por todo el país, se puede almorzar y comer excelente comida colombiana a precios muy bajos, esta noche pretendo conocer alguno de los establecimientos de alto nivel de la ciudad. Casi todos los restaurantes caros y los mejores bares y discotecas, se concentan en la moderna zona de la calle sexta, a poco menos de un kilómetro del centro histórico hacia el noroeste. Allí nos dirigimos.

De entre todos los elegantes restaurantes por los que pasamos con el coche, mi guía elige un restaurante italiano llamado Trattoria El Patio Faró, situado enla calle 14. Se trata de un local con una atractiva fachada que da paso a un elegante bar, tras el que se abre un coqueto patio descubierto ajardinado. Tenemos que esperar unos minutos en el coche hasta conseguir un espacio en el parking vigilado del restaurante. Según me cuenta Marcela, incluso en una calle tan iluminada, y aparentemente segura como aquella, dejar el vehículo fuera del parqueadero es garantía de perderlo. Los ladrones actúan con rapidez.

Aunque el local está repleto, conseguimos mesa tras una espera moderada. La carta de El Patio Faró, está compuesta fundamentalemente por cocina italiana, con algunos toques colombianos e incluso creativos. Pastas, carnes y pescados son lo más abundante. Nos decantamos por un carpaccio tradicional, un rissotto de mariscos y una corvina con salsa de mango. Todo regado con un excelente Casillero del Diablo, variedad cabernet , uno de los mejores vinos chilenos, que se ofrece en la carta junto a vinos argentinos y españoles. Los platos resultan sencillamente excelentes, el servicio impecable y el lugar encantador. Como único punto en contra, son excesivamente lentos a la hora de servir los platos, aunque el camarero se excusó insistentemente, por lo que se le perdona. Un lugar muy recomendable, desde luego. El precio rondó, vino y aperitivo de calamares fritos, los 150.000 COP, unos 50/60 euros. Muy razonable.
Tras la excelente cena, es la hora de conocer la noche de Cali. Mi idea inicial era la de recorrer varios locales, al igual que hacemos en España. Pero aquí, de hecho en muchas partes de América Latina, no es demasiado práctico. En las discotecas, independientemente de que se cobre entrada o no, la clientela se sienta en mesas y no permanece de pie salvo cuando se levanta para bailar. Además, hay que pedir botellas enteras de licor, por lo que cuando uno entra en un local, va a ser dificil que salga al menos por su propio pie.

Así pues, dado lo avanzado de la hora -es casi medianoche-, Marcela se decanta por un lugar que según me cuenta no es el mejor, pero todavía encontraremos mesa disponible ya que tiene música en vivo y comienza más tarde. El local, cuyo nombre no consigo recordar en este instante, se encuentra como no, en la zona de la sexta, centro neurálgico de la noche caleña. Tras dejar de nuevo el vehículo bajo vigilancia, entramos. Se trata de un local que probablemente fuera algún tipo de fábrica antígua, que ha sido acondicionado como discoteca. No ofrece grandes lujos, pero tiene su encanto.

El establecimiento que ofrece cada noche música en directo contando con una excelente orquesta residente, que interpreta magistralmente grandes éxitos de la salsa, del reggaeton e incluso ¡del pop español de los ochenta! El numeroso público se reparte en las mesas de madera situadas alrededor del escenario y también en un altillo más tranquilo donde nos instalamos. El camarero sirve con esmero pequeños vasos de aguardiente antioqueño, que poco a poco va haciendo su efecto mientras los pases de la orquesta se alternan con música pinchada desde la cabina del local. La gente, mayoritariamente jóven, baila y bebe sin descanso. El ambiente, sin duda, es tipicamente caribeño. Y ello a pesar de que Cali se encuentra a mil kilómetros de este mar. Cali merece sin duda su título de capital colombiana de la salsa.

A las 2 de la mañana las discotecas y clubes van cerrando. Tras cruzar toda la ciudad para volver al barrio de El Refugio, en el sur, llego a mi apartamento. El efecto del aguardiente es demoledor y caigo a plomo en mi cama.

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