Una noche tranquila en el Vedado
Con un poco de habilidad negociadora y experiencia previa con los cubanos, uno puede resolver cualquier situación sin problemas en Cuba. Tras localizar un taxista que me inspira confianza y hacerle saber con mi charla que conozco el sistema de precios y comisiones de la zona, se ofrece a llevarme hasta la zona de El Vedado y llevarme a una casa de alquiler de confianza con licencia oficial, por 15 CUC -pesos convertibles que valen aprox 0,9 euros-, sin más comisiones ocultas.
La jugada acaba resultando bien. La señora Dulce María, es la propietaria de una coqueta casita colonial, algo destartalada, que se encuentra en la calle E de Vedado, a unas cinco o seis cuadras -manzanas- del centro neurálgico de la zona, el Hotel Habana Libre. Dulce, es una viejita encantadora y simpática que me ofrece uno de sus dos cuartos en alquiler, por el razonable precio de 20 CUC por pasar la noche. La habitación no tiene aire acondicionado, pero si dos ventiladores y baño propio. Ahí me quedo a esperar mi vuelo de mañana.
Tras un baño, me decido a salir a la calle. A dos cuadras de la casa me cruzo con la 23, que más adelante se convierte en La Rampa y que desemboca en El Malecón, pasando antes por lugares interesantes como la heladería Coppelia, el hotel Habana Libre o el jazz club La Zorra y el Cuervo. Al pasar frente al club de jazz me siento tentado ante la perspectiva de disfrutar del mejor latin jazz de toda Cuba, pero finalmente dirijo mis pasos hacia el Malecón, que presumo animado por ser noche de viernes. Así resulta ser. Desde La Rampa en dirección al este, el paseo marítimo de La Habana está especialmente animado. Hordas de gays y travestis se juntan para beber, bailar y relacionarse en la zona gay más animada de todo el Caribe. Tras un rápido paseo por la zona y cruzarme con varias propuestas deshonestas que no me resultan nada atractivas, me desplazo hacia el oeste, en dirección a la Oficina de Intereses Cubanos de EEUU. Esta zona, mucho más tranquila, está ocupada por parejas acarameladas y por grupos de chicos jóvenes que beben ron y cerveza. Al final me siento en un espacio libre y me abstraigo con el sonido de las olas rompiendo contra las rocas del Malecón. La brisa del noreste hace el lugar agradable.
La noche termina en compañía de Juan Carlos, un cubano técnico de la televisión estatal, que andaba en solitario echando tragos de un pomo de medio litro de ron La Palma. Me ofrece un trago, que a medida que avanza la charla se va convirtiendo en muchos. Acabo comprando otra botella, esta vez de Habana Club Añejo Blanco, que no conseguimos acabar. Y eso que se unió a nosotros otro cubano, cuyo nombre no consigo recordar. El tipo andaba por el malecón "luchando", es decir, tratando de ganarse la vida, en este caso vendiendo botellas de ron y refrescos. El tipo me cuenta que acaba de grabar su primer disco y que está tratando de que la televisión cubana le haga un video y lo promocione. De momento, seguirá vendiendo refrescos.
La jugada acaba resultando bien. La señora Dulce María, es la propietaria de una coqueta casita colonial, algo destartalada, que se encuentra en la calle E de Vedado, a unas cinco o seis cuadras -manzanas- del centro neurálgico de la zona, el Hotel Habana Libre. Dulce, es una viejita encantadora y simpática que me ofrece uno de sus dos cuartos en alquiler, por el razonable precio de 20 CUC por pasar la noche. La habitación no tiene aire acondicionado, pero si dos ventiladores y baño propio. Ahí me quedo a esperar mi vuelo de mañana.
Tras un baño, me decido a salir a la calle. A dos cuadras de la casa me cruzo con la 23, que más adelante se convierte en La Rampa y que desemboca en El Malecón, pasando antes por lugares interesantes como la heladería Coppelia, el hotel Habana Libre o el jazz club La Zorra y el Cuervo. Al pasar frente al club de jazz me siento tentado ante la perspectiva de disfrutar del mejor latin jazz de toda Cuba, pero finalmente dirijo mis pasos hacia el Malecón, que presumo animado por ser noche de viernes. Así resulta ser. Desde La Rampa en dirección al este, el paseo marítimo de La Habana está especialmente animado. Hordas de gays y travestis se juntan para beber, bailar y relacionarse en la zona gay más animada de todo el Caribe. Tras un rápido paseo por la zona y cruzarme con varias propuestas deshonestas que no me resultan nada atractivas, me desplazo hacia el oeste, en dirección a la Oficina de Intereses Cubanos de EEUU. Esta zona, mucho más tranquila, está ocupada por parejas acarameladas y por grupos de chicos jóvenes que beben ron y cerveza. Al final me siento en un espacio libre y me abstraigo con el sonido de las olas rompiendo contra las rocas del Malecón. La brisa del noreste hace el lugar agradable.
La noche termina en compañía de Juan Carlos, un cubano técnico de la televisión estatal, que andaba en solitario echando tragos de un pomo de medio litro de ron La Palma. Me ofrece un trago, que a medida que avanza la charla se va convirtiendo en muchos. Acabo comprando otra botella, esta vez de Habana Club Añejo Blanco, que no conseguimos acabar. Y eso que se unió a nosotros otro cubano, cuyo nombre no consigo recordar. El tipo andaba por el malecón "luchando", es decir, tratando de ganarse la vida, en este caso vendiendo botellas de ron y refrescos. El tipo me cuenta que acaba de grabar su primer disco y que está tratando de que la televisión cubana le haga un video y lo promocione. De momento, seguirá vendiendo refrescos.
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