12 agosto 2006

El viajero que no quiso viajar más allá de La Virgencita

Soy sin duda viajero inquieto, que aquellos que no suelen permanecer mucho tiempo en una misma ciudad. Mi afán por descubrir nuevas calles que andar y nuevos paisajes que retener en mi memoria, me espolea siempre a permanecer en continuo movimiento. Sin embargo, una vez más, el inaudible canto de sirenas que tan sólo yo puedo escuchar, me atrapó de nuevo en la cubana Isla de la Juventud.

Lo reconozco: durante las últimas dos semanas he ido aferrándome a diferentes excusas para permanecer más y más tiempo en este rincón caribeño. Primero me aferré a la falta de dinero en efectivo para comprar los pasajes; luego fue la imposibilidad de encontrar vuelos a Santiago de Cuba; después fue la pereza de levantarme de madrugada tras las interminables noches de Nueva Gerona, para comprar un pasaje en el ferry o el cometa y llegar hasta el Surgidero de Batabanó, paso previo para llegar a La Habana.

Mi querido lector, se acabaron las excusas. Seamos consecuentes: no quiero abandonar la Isla de la Juventud hasta el momento en que dar este paso sea inevitable para no perder mi vuelo Habana – Madrid. Sólo en ese momento, y obligado por la necesidad de regresar a España para atender mi vida de allá, dejaré este fascinante lugar.

Quiero seguir haciendo mandaditos por las calles de Nueva Gerona, a pié o al ritmo sosegado que marca un bicitaxi “vaya despacio, socio, no hay apuro”; quiero deternerme en el Rumbos para tomarme un cachito bien frío bajo el sol abrasador; quiero seguir formando parte de las noches de la ciudad y sentirme uno más de los noctámbulos de la calle 39 “¿compramos otro Añejo Blanco, Juan José? ¿Viste que linda se ve hoy Laurita?”; quiero sacarme del bolsillo unos fulas, comprar una caja de cervezas e invitar a todo el mundo a mi fiesta de madrugada en la casa de Chuchi, o apuntarme a la fiesta de casa de ese extraño tipo medio sueco medio cubano apodado Larra, que ese la organiza noche sí y noche también; quiero seguir tomándome la última Bucanero Fuerte en el Oro Negro y buscando un carrito particular clandestino o un coche de caballos que me lleve a bañarme de madrugada en Playa Bibijagua bajo la luna llena; y después quiero seguir desayunando pan con jamonada especial en el Cupé, despertando al socio que duerme y mantiene el local cerrado tras el cartel de “abierto 24 horas”; y quiero seguir levantándome todo lo temprano que la noche me permita, para desayunar pan con huevo y un juguito de guayaba en casa de Odalis y Enrique; quiero ir para la calle a buscar hielo, o una piña o coditos o un libro o un pan de a 4 pesos. “Todo aparece, mi socio”. Y quiero ir a la calle y pasar pena para buscar transporte para quemar el día haciendo una caldosa con huesos de jamón en la Playa Los Gallegos, o bañándome en El Caolín, o sentarme en la acera simplemente a ver pasar el tiempo despacio, muy despacio.

Está decidido. Por el momento, descarto mis viajes a Santiago de Cuba, Pinar del Río, Ciego de Ávila y Playa María La Gorda, que andaban en mi mente. Al menos en este viaje no siento ningunos deseos de viajar mucho más allá de La Virgencita, una encantadora y solitaria poza fluvial que se esconde entre la arboleda, muy cerca del Aeropuerto de Nueva Gerona. Ayer pasé la tarde allá entre cervezas y partidas de dominó.

2 Comments:

Blogger Monica said...

yo tambien cuando viajo escribo mucho, ahora estoy parando en un alquiler temporario en recoleta por trabajo, espero pronto tener mas tiempo para poder escribir todo, tus cronicas son muy interesantes

5:52 p. m.  
Blogger Juan Carlos Enrique said...

Gracias por leerme, Mónica. Curiosamente acabo de regresar del lugar que describe este post antiguo. Y creo que podría volver a publicarlo tal y como lo escribí en su día para definir lo que han sido las últimas dos semanas. :)

5:17 a. m.  

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