10 enero 2008

Leticia y Tabatinga. Y por fín... el Amazonas.

Pese a que hubiese preferido la emoción de volar con una vieja avioneta Cesna a hacerlo con el moderno DC82 de Aero República, el vuelo a través de la selva amazónica impresiona. Poco después de haber alcanzado la altura de crucero, el paisaje que las densas nubes dejan ver, cumple con lo esperado. Durante casi todo el tiempo de vuelo, allá abajo, sólo se ve el tupido tapiz que forman las copas de los árboles más altos de la jungla, que se interrumpe aquí y allá por serpenteantes ríos que los atraviesan. Impresiona pensar que un tercio del territorio colombiano sigue siendo una jungla impenetrable habitada por indígenas, guerrilleros, cocaleros y otras gentes de mal vivir.

Al fin, el avión inicia el descenso y comienza a verse a través de las ventanas el gran río... el Amazonas serpentea en este tramo y se abre paso majestuoso entre la densa jungla. Y de pronto, entre los árboles, la ciudad de Leticia, en la ribera colombiana del Amazonas. El punto más lejano del país al que uno puede aspirar viajar. Emociona. Un calor sofocante nos recibe. Nada que ver con el fresco clima de Bogotá. El shock térmico es importante. Tras instalarme en uno de los modestos hoteles del la ciudad, el Yuruparí, en el que reservé habitación desde Bogotá para no perder demasiado tiempo con estos trámites, salgo a caminar la pequeña ciudad de Leticia.

LETICIA Y EL AMAZONAS

El ambiente relajado de la ciudad, sólo interrumpido por la increíble cantidad de motocicletas que circulan por sus calles, unido al clima cálido y húmedo, me recuerda al de una ciudad caribeña. Sin embargo el mar está lejos, muy lejos. Me dirijo callejeando hasta la ribera, como no podía ser de otro modo. Ahí está, el Amazonas. El río del que tanto oí hablar desde niño, sobre el que tanto leí... Se abre ante mí. La ribera frente a la ciudad es un ir y venir de canoas y de otras embarcaciones que transportan pescado y otras mercancías de un lugar a otro. Una atestada piragua traslada a una treintena de indígenas a la isla frente a Leticia, donde se adivina un núcleo urbano diminuto. En esta ribera, varios destartalados almacenes anuncian la venta de pescado fresco y congelado. Y un poco más allá, un pequeño mercado donde se venden frutas, pastas y bebidas al público, cien por cien local. Ni uno solo del puñado de turistas extranjero que viajaba en el avión, se aventuró hasta allí. Vamos bien.

Tras sentarme un buen rato bajo el agobiante sol de mediodía y dejarme embriagar por aquel ambiente, decido dejar, de momento el río. Volveré a él muy pronto y con mucha más intensidad. Ahora reclama mi atención otro asunto: Tabatinga.

TABATINGA

El punto donde me encuentro, querido lector, además de ser el lugar donde Colombia se encuentra con el gran río, es el lugar donde se encuentran tres países: Colombia, Brasil y Perú. A este último se llega cruzando el Amazonas, opción que queda fuera de mi agenda hoy. Sin embargo a Brasil se llega... ¡caminando! Si uno baja unas cuantas cuadras desde el hotel hasta cruzarse con la Avenida Internacional de Leticia, acaba llegando a un punto donde un pequeño puesto fronterizo sin barreras, en el que no se controla la entrada y salida de personas y vehículos, unas banderas y un cartel indican que se acaba de entrar en el Amazonas Brasileño: Tabatinga. En realidad, creía yo, Leticia y Tabatinga son una misma ciudad separada por una frontera. Me equivocaba.

El shock al seguir por la Avenida Internacional y seguir caminando hacia el este es total. Antes del anecdótico punto fronterizo, los rótulos de los establecimientos comerciales son todos en español y desde ese punto, son todos en portugués. En la parte colombiana se vende cerveza Águila y Ron de Caldas en pesos colombianos. En la parte brasileña cerveza Bramha y cachaca en reales brasileños. En Colombia funcionan taxis y en Brasil moto taxis. En Leticia se escucha salsa y reggaeton, en Tabatinga música brasileira. Antes del punto fronterizo la gente que camina por la calle es de rasgos colombianos y después, claramente se ven rasgos brasileños. Y lo más sorprendente... en cuanto uno deja Leticia y entra en Tabatinga, es decir, camina 10 metros... ¡todo el mundo habla en portugués! Realmente es una experiencia extraña, uno tiene la sensación de haber cambiado de país... en un segundo.

Y MAÑANA... LA SELVA

Son las cinco de la tarde, el sol comienza a caer tímidamente. Estoy empapado en sudor después de la larga caminata. Antes de retirarme al hotel para darme un baño en la piscina -lo mejor de este destartalado hotel-, tengo que resolver un asunto importante. Para poder adentrarme en el Amazonas y en la selva, tengo que contratar los servicios de un guía o de una agencia de viajes local. Y tengo que tener cuidado con quién la contrato porque no quiero acabar adentrándome en la jungla con una veintena de ruidosos turistas medio borrachos para dormir en un hotel con todas las comodidades en medio de la nada... busco otro tipo de incursión... una más auténtica y a ser posible en solitario.... y si mi instinto no me falla, sé donde la voy a encontrar.

Los próximos dos o tres días, mi querido lector, no podré actualizar este blog. En la jungla amazónica no hay acceso a internet. :)

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