19 julio 2007

The cuban way of life

Muchas veces me preguntan por el motivo que me lleva a viajar a Cuba una y otra vez. Y yo mismo me hago esa pregunta. Siendo tan grande y fascinante este planeta, y habiendo tantos rincones que deseo firmemente conocer, ¿por qué dedico la mayoría de mis escasas oportunidades para viajar a regresar a este rincón caribeño? No es por culpa de una mujer -¡o varias!-, como incluso mi propia familia llegó a sospechar en cierto momento. Lo que realmente me atrae de este país es el haber encontrado desde mi primer viaje gente maravillosa que, sin pensárselo demasiado, me ha ofrecido la oportunidad sumergirme en su modo de vida.

Sin duda, querido lector, lo que más me atrae de Cuba no son sus mujeres, ni su clima tropical, ni sus playas, ni su historia, ni su naturaleza exuberante… es mucho más sencillo que todo eso: me atrae el estilo de vida cubano.

Hay que conocer bien el país para poder ver más allá de las casas humildes, de las gentes sencillas y de la imagen distorsionada de Cuba que se nos vende, tanto por el propio régimen cubano, como por la influencia norteamericana en los medios de comunicación de todo el mundo.

Cuba y sus gentes tienen necesidades, como no. Pero saben vivir. Con dinero o sin dinero, el cubano inventa, sobrevive y trata de vivir la vida lo mejor posible. Al día, sin la obsesión de los europeos por el futuro a largo plazo. El cuban way of life se centra en vivir al minuto y darle al cuerpo lo que pide. Y así van pasando los días.

Aunque en su día no me fue fácil, ahora consigo cambiar rápidamente mis esquemas mentales en cuanto llego a territorio cubano.

No hay nada mejor que vivir como un cubano teniendo un poquito de plata que gastar.


POR LAS CALLES Y PLAYAS DE SANTIAGO DE CUBA

Ayer dediqué buena parte de la mañana a caminar por las calles del centro de Santiago. Bajo un sol abrasador, caminé despacio y sin rumbo fijo por estas conocidas calles. Desde Aguilera, donde me alojo en la casa de Santiago Vallina, hasta la Plaza de los Dolores –conocida como el boulevar por los locales- y de nuevo bajando por Aguilera hasta llegar al centro neurálgico de Santiago, el Parque Céspedes, presidido por la catedral de Nuestra Señora de la Ascensión. Y de allí vuelta sobre mis pasos por la paralela calle Enramada –José Antonio Saco-, la calle comercial más animada de la ciudad, donde los santiagueros se afanan en sus compras preparando el Carnaval, que comenzará este fin de semana.

Por la tarde, tras el almuerzo, me reúno con Santiago y con el muchachito que le ayuda, Alián, para hacer los preparativos de una excursión a la playa que planeamos para el día siguiente. Montados en el traqueteante Plymouth del 46, recorremos las calles lindantes a la bahía para encontrar por fin unos vendedores de pescado a quienes compramos dos libras de camarón y unos grandes filetes de cherna recién pescada. Finalizadas las compras, decidimos pasar el resto de la tarde visitando las playas situadas al oeste de Santiago, en dirección a Guantánamo. El Plymouth, al que Santiago llama cariñosamente Panchita Ventolera, consigue llevarnos con dificultad hasta Playa Siboney y Playa Juraguá. Dale Panchita, dale.

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