29 diciembre 2007

Feria de Cali. Toros y rumba.

No hay nada que un día de reposo no pueda solucionar. Finalmente hoy sí pude disfrutar al menos de manera moderada de la mundialmente famosa Feria de Cali. Conviene recordar que esta festividad tiene su origen en la celebración de una feria taurina, a la que se han ido incorporando manifestaciones festivas en forma de desfiles, expresiones varias de cultura popular y sobre todo mucha música. La Feria de Cali, que se celebra cada año desde el 25 de diciembre y hasta el 1 de enero, celebra este año su cincuenta aniversario, por lo que a priori, esperaba mucho de esta celebración.

En compañía de Anita y su hermano Juancho, mis anfitriones en Cali, me dirigí a mediodía a la Plaza de Toros de Cañaveralejo, con la intención de conseguir unas buenas entradas para la corrida de la tarde. Seis toros seis, de la ganadería colombiana Puerta de Hierro, para los maestros Ferrera, Castella y Bolivar. Casi como el chiste, un español, un francés y un colombiano nacido en Panamá, eso sí. Las conseguimos tras una larga cola y disfrutar del ambiente previo a la corrida en el que los vendedores de botas llenas de aguardiente, ron o un extraño vino manzanilla color naranja, los de los tradicionales sombreros, y los de carnes y embutidos a la brasa del cercano Palacio del Colesterol -adecuado nombre-, asaltan a los muchos rezagados que están consiguiendo sus entradas para la corrida que se celebrará un par de horas después.

Tras un almuerzo en un piqueteadero cercano a la plaza, consistente en una excelente sopa de legumbres y verduras aromatizada con cilantro y un enorme plato con lentejas, plátano frito, arroz y carne, volvemos a la Plaza de Toros para irnos empapando del ambiente.

En Cañaveralejo el ambiente es excepcional. Las archifamosas bellezas caleñas, casi todas esculpidas a golpe de bisturí, se mezclan con grupos de hombres gritones aferrados a sus botas llenas de aguardiente. Los escasos turistas anglosajones que pululan perdidos por la plaza se confunden con el batallón de jóvenes promotores de ventas, que te ofrecen desde una gorra de Alka Selzer, hasta un chupito de la última novedad en aguardientes del Valle.

El ambiente es colorista, musical. Se respira, se siente. Agrada. Es como el de una plaza de toros española, pero con un toque tropical que le da un encanto fascinante.

Un poco más tarde de las cuatro de la tarde, suena el himno nacional de Colombia y acto seguido el himno del Valle, el de los caleños. El público lo canta de pie al unísono y aplaude a rabiar al terminar. Acto seguido, entra en escena la amazona. Una mujer elegida por su belleza pero también por su habilidad con su montura. Es aplaudida a rabiar. Y después el habitual desfile de los maestros y subalternos. El público enloquece.

A partir de ahí, me permitirá el lector que sea parco en la descripción de la corrida. En primer lugar porque no soy un gran aficionado y no sabría describirla con exactitud. Y en segundo lugar porque reconozco que aunque a fuerza de asistir a corridas casi por obligación he conseguido apreciar en parte la esencia de esta fiesta, sigo teniendo serios problemas morales con la tortura y ejecución pública de un animal. Sólo diré que la corrida se vivió en un ambiente festivo donde el alcohol, las risas, los gritos y los olés apasionados no cesaron ni un instante en toda la tarde. Según uno de mis vecinos de tendido, aquella tarde, en la que Ferrera salió a hombros y Bolivar y Castella cortaron orejas, fue la más memorable de las seis celebradas hasta la fecha. Y eso que la corrida del día anterior, la primera de las dos que ofrecerá en la Feria de Cali el ídolo colombiano César Rincón y que le servirán de despedida, fue aplaudida y celebrada en la televisión, radio y prensa caleñas como "histórica".

Una tarde memorable, sin duda, en la que comprendí por qué la feria taurina de Cali tiene fama mundial.

Eso sí, la decepción de la jornada vino después. Tras la corrida, Anita, Juancho y yo abandonamos la plaza animados y con ganas de echar unos bailes en alguna de las zonas de la ciudad donde se celebran conciertos coincidiendo con la fiesta. A esas tempranas horas, la zona aledaña al estadio de fútbol donde nos desplazamos, no presentaba prácticamente ninguna actividad. Posiblemente no elegimos bien la zona. Pero no pude dejar de recordar el ambiente que se vive a todas horas del día en las calles de Santiago de Cuba coincidiendo con su Carnaval, que tan intensamente he vivido ya en dos ocasiones.

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Convivir con la violencia. El día a día de los colombianos.

A los ojos europeos sorprende lo acostumbrados que están los colombianos a convivir con la violencia. No en vano, Colombia ha sido considerado hasta hace pocos años como el país más peligroso del planeta -hoy es superado por Irak, por ejemplo-, por sus elevadísimos índices de delincuencia y su índice de asesinatos violentos, uno de los mayores del planeta. Colombia tiene problemas con las guerrillas, con los paramilitares, con los capos de la coca, con los delincuentes comunes y hasta tiene un elevado problema de violencia de género.

Sin embargo los colombianos están tan acostumbrados, que ya casi ni se habla de los asesinatos que diariamente ocurren en las ciudades del país. Ni siquiera los medios de comunicación prestan especial atención a estos asesinatos "de andar por casa", de los que se producen por asaltos o ajustes de cuentas. Como muestra, contaré un caso ocurrido anteayer. En la tarde del día 27, a las seis de la tarde, en la principal calle comercial de Cali hubo un asesinato. El presidente de una importante compañía minera andaba en su Mercedes por esta céntrica avenida donde se encuentran los más exclusivos comercios, restaurantes y discotecas. El empresario acababa de dejar a su escolta hacía pocos minutos vigilando a su hija. De repente, en plena calle y ante cientos de testigos, un número indeterminado de sicarios en motocicleta rodeo el vehículo acribillándolo a balazos y acabando con la vida del empresario. Nadie vio nada.

La noticia del asesinato del empresario no conseguí escucharla por radio ni verla por televisión. Eso sí, agudizando la vista, conseguí ver la reseña de la misma que hacía El País, el diario de mayor difusión de Cali. Apenas una noticia breve a una columna en la última página del periódico. Nada más. En portada, la elección de la reina de la belleza de la Feria de Cali, ah, y el asesinato de Benazir Bhutto en Pakistán.

¿Imagina, querido lector, el tratamiento que la prensa madrileña hubiese dado al asesinato a balazos de un presidente de una compañía importante en la calle Serrano de la capital a las seis de la tarde delante de cientos de testigos?

Como me cuenta el bueno de mi amigo Mauri, colombiano que trabaja en España y que en estos días anda por Colombia, el problema de este país es que la vida de una persona no vale nada. Si tiene un problema con alguien, este alguien encontrará por un puñado de pesos, a un sicario que te asesinará en plena calle y ante los tuyos.

Ah... La breve nota publicada en El País afirma que la policía investiga a la exmujer del empresario asesinado. Sospechan que ella haya podido encargar el trabajo.

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