Feria de Cali. Toros y rumba.
No hay nada que un día de reposo no pueda solucionar. Finalmente hoy sí pude disfrutar al menos de manera moderada de la mundialmente famosa Feria de Cali. Conviene recordar que esta festividad tiene su origen en la celebración de una feria taurina, a la que se han ido incorporando manifestaciones festivas en forma de desfiles, expresiones varias de cultura popular y sobre todo mucha música. La Feria de Cali, que se celebra cada año desde el 25 de diciembre y hasta el 1 de enero, celebra este año su cincuenta aniversario, por lo que a priori, esperaba mucho de esta celebración.
En compañía de Anita y su hermano Juancho, mis anfitriones en Cali, me dirigí a mediodía a la Plaza de Toros de Cañaveralejo, con la intención de conseguir unas buenas entradas para la corrida de la tarde. Seis toros seis, de la ganadería colombiana Puerta de Hierro, para los maestros Ferrera, Castella y Bolivar. Casi como el chiste, un español, un francés y un colombiano nacido en Panamá, eso sí. Las conseguimos tras una larga cola y disfrutar del ambiente previo a la corrida en el que los vendedores de botas llenas de aguardiente, ron o un extraño vino manzanilla color naranja, los de los tradicionales sombreros, y los de carnes y embutidos a la brasa del cercano Palacio del Colesterol -adecuado nombre-, asaltan a los muchos rezagados que están consiguiendo sus entradas para la corrida que se celebrará un par de horas después.
Tras un almuerzo en un piqueteadero cercano a la plaza, consistente en una excelente sopa de legumbres y verduras aromatizada con cilantro y un enorme plato con lentejas, plátano frito, arroz y carne, volvemos a la Plaza de Toros para irnos empapando del ambiente.
En Cañaveralejo el ambiente es excepcional. Las archifamosas bellezas caleñas, casi todas esculpidas a golpe de bisturí, se mezclan con grupos de hombres gritones aferrados a sus botas llenas de aguardiente. Los escasos turistas anglosajones que pululan perdidos por la plaza se confunden con el batallón de jóvenes promotores de ventas, que te ofrecen desde una gorra de Alka Selzer, hasta un chupito de la última novedad en aguardientes del Valle.
El ambiente es colorista, musical. Se respira, se siente. Agrada. Es como el de una plaza de toros española, pero con un toque tropical que le da un encanto fascinante.
Un poco más tarde de las cuatro de la tarde, suena el himno nacional de Colombia y acto seguido el himno del Valle, el de los caleños. El público lo canta de pie al unísono y aplaude a rabiar al terminar. Acto seguido, entra en escena la amazona. Una mujer elegida por su belleza pero también por su habilidad con su montura. Es aplaudida a rabiar. Y después el habitual desfile de los maestros y subalternos. El público enloquece.
A partir de ahí, me permitirá el lector que sea parco en la descripción de la corrida. En primer lugar porque no soy un gran aficionado y no sabría describirla con exactitud. Y en segundo lugar porque reconozco que aunque a fuerza de asistir a corridas casi por obligación he conseguido apreciar en parte la esencia de esta fiesta, sigo teniendo serios problemas morales con la tortura y ejecución pública de un animal. Sólo diré que la corrida se vivió en un ambiente festivo donde el alcohol, las risas, los gritos y los olés apasionados no cesaron ni un instante en toda la tarde. Según uno de mis vecinos de tendido, aquella tarde, en la que Ferrera salió a hombros y Bolivar y Castella cortaron orejas, fue la más memorable de las seis celebradas hasta la fecha. Y eso que la corrida del día anterior, la primera de las dos que ofrecerá en la Feria de Cali el ídolo colombiano César Rincón y que le servirán de despedida, fue aplaudida y celebrada en la televisión, radio y prensa caleñas como "histórica".
Una tarde memorable, sin duda, en la que comprendí por qué la feria taurina de Cali tiene fama mundial.
Eso sí, la decepción de la jornada vino después. Tras la corrida, Anita, Juancho y yo abandonamos la plaza animados y con ganas de echar unos bailes en alguna de las zonas de la ciudad donde se celebran conciertos coincidiendo con la fiesta. A esas tempranas horas, la zona aledaña al estadio de fútbol donde nos desplazamos, no presentaba prácticamente ninguna actividad. Posiblemente no elegimos bien la zona. Pero no pude dejar de recordar el ambiente que se vive a todas horas del día en las calles de Santiago de Cuba coincidiendo con su Carnaval, que tan intensamente he vivido ya en dos ocasiones.
En compañía de Anita y su hermano Juancho, mis anfitriones en Cali, me dirigí a mediodía a la Plaza de Toros de Cañaveralejo, con la intención de conseguir unas buenas entradas para la corrida de la tarde. Seis toros seis, de la ganadería colombiana Puerta de Hierro, para los maestros Ferrera, Castella y Bolivar. Casi como el chiste, un español, un francés y un colombiano nacido en Panamá, eso sí. Las conseguimos tras una larga cola y disfrutar del ambiente previo a la corrida en el que los vendedores de botas llenas de aguardiente, ron o un extraño vino manzanilla color naranja, los de los tradicionales sombreros, y los de carnes y embutidos a la brasa del cercano Palacio del Colesterol -adecuado nombre-, asaltan a los muchos rezagados que están consiguiendo sus entradas para la corrida que se celebrará un par de horas después.
Tras un almuerzo en un piqueteadero cercano a la plaza, consistente en una excelente sopa de legumbres y verduras aromatizada con cilantro y un enorme plato con lentejas, plátano frito, arroz y carne, volvemos a la Plaza de Toros para irnos empapando del ambiente.
En Cañaveralejo el ambiente es excepcional. Las archifamosas bellezas caleñas, casi todas esculpidas a golpe de bisturí, se mezclan con grupos de hombres gritones aferrados a sus botas llenas de aguardiente. Los escasos turistas anglosajones que pululan perdidos por la plaza se confunden con el batallón de jóvenes promotores de ventas, que te ofrecen desde una gorra de Alka Selzer, hasta un chupito de la última novedad en aguardientes del Valle.
El ambiente es colorista, musical. Se respira, se siente. Agrada. Es como el de una plaza de toros española, pero con un toque tropical que le da un encanto fascinante.
Un poco más tarde de las cuatro de la tarde, suena el himno nacional de Colombia y acto seguido el himno del Valle, el de los caleños. El público lo canta de pie al unísono y aplaude a rabiar al terminar. Acto seguido, entra en escena la amazona. Una mujer elegida por su belleza pero también por su habilidad con su montura. Es aplaudida a rabiar. Y después el habitual desfile de los maestros y subalternos. El público enloquece.
A partir de ahí, me permitirá el lector que sea parco en la descripción de la corrida. En primer lugar porque no soy un gran aficionado y no sabría describirla con exactitud. Y en segundo lugar porque reconozco que aunque a fuerza de asistir a corridas casi por obligación he conseguido apreciar en parte la esencia de esta fiesta, sigo teniendo serios problemas morales con la tortura y ejecución pública de un animal. Sólo diré que la corrida se vivió en un ambiente festivo donde el alcohol, las risas, los gritos y los olés apasionados no cesaron ni un instante en toda la tarde. Según uno de mis vecinos de tendido, aquella tarde, en la que Ferrera salió a hombros y Bolivar y Castella cortaron orejas, fue la más memorable de las seis celebradas hasta la fecha. Y eso que la corrida del día anterior, la primera de las dos que ofrecerá en la Feria de Cali el ídolo colombiano César Rincón y que le servirán de despedida, fue aplaudida y celebrada en la televisión, radio y prensa caleñas como "histórica".
Una tarde memorable, sin duda, en la que comprendí por qué la feria taurina de Cali tiene fama mundial.
Eso sí, la decepción de la jornada vino después. Tras la corrida, Anita, Juancho y yo abandonamos la plaza animados y con ganas de echar unos bailes en alguna de las zonas de la ciudad donde se celebran conciertos coincidiendo con la fiesta. A esas tempranas horas, la zona aledaña al estadio de fútbol donde nos desplazamos, no presentaba prácticamente ninguna actividad. Posiblemente no elegimos bien la zona. Pero no pude dejar de recordar el ambiente que se vive a todas horas del día en las calles de Santiago de Cuba coincidiendo con su Carnaval, que tan intensamente he vivido ya en dos ocasiones.
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