09 enero 2008

Un día en el centro de Bogotá

A primera hora de la mañana, todavía con un frío intenso en Botogotá, cruzo media ciudad para llegar hasta la Plaza de Bolívar, centro neurálgico de la capital colombiana. El trayecto me permite comprobar el tamaño de esta metrópolis que acoge ya 8 millones de almas. Pese a la ausencia de tráfico, tardo más de media hora en cubrir el trayecto entre El Tintal -junto al aeropuerto- y el centro.

LA PLAZA BOLÍVAR Y LA CANDELARIA

La Plaza de Bolívar, el punto de inicio de mi excursión, está todavía tranquila, apenas gente. Son las ocho y media de la mañana. Me tomo mi tiempo para contemplar los edificios que tengo a la vista. Al sureste la imponente fachada de la Catedral Primada, desgraciadamente cerrada a esa hora al público, y junto a ella la Capilla del Sagrario. Al suroeste la imponente fachada del Capitolio Nacional, sede del gobierno colombiano. Al noroeste el Ayuntamiento, cubierto por una gran lona con fotografías de secuestrados por las FARC que reivindica su liberación. Al noreste, el Palacio de Justicia. Y en todas partes un sinfín de palomas que revolotean alrededor de los pocos visitantes que a esa hora ofrecen semillas de maíz a estas aves, que ayudan a completar la postal de la Plaza Bolívar.

Durante un par de me dedico a caminar por las calles del centro. Primero al sureste, justo por detrás de la Catedral, por donde se extiende el barrio de La Candelaria, lugar donde puede observarse la más interesante arquitectura colonial de esta ciudad. Sus calles empedradas, formadas por casas bajas coloniales pintadas de vivos colores y que acogen en muchos casos museos, cafés y restaurantes -la mayoría cerrados a esta hora-, ascienden hacia la loma en la que, tras la tupida vegetación del fondo, se divisa en lo alto el Cerro de Monserrate, el popular mirador de la ciudad. Trataré de visitarlo antes de abandonar Bogotá.

Las calles de La Candelaria están tranquilas, sin apenas gente. Pero bien vigiladas. Policías y algunos militares en la zona del Museo Militar, pasean por la zona dando seguridad al visitante. A estas tempranas horas creo que soy el único visitante extranjero. Todo anda tranquilo. Quizás demasiado.

ALREDEDORES DE PLAZA BOLÍVAR. LA AVENIDA JIMÉNEZ Y EL TRANSMILENO.

Decido volver sobre mis pasos y caminar de nuevo desde la plaza en dirección noreste, bajando por la carrera 7 hasta la Iglesia de San Francisco y el Parque Santander, una agradable zona ajardinada en la que se encuentra el Museo del Oro, que pretendo visitar. Está cerrado desde diciembre de 2008 por reformas. Aunque los vigilantes del lugar me informan que parte de la colección del museo se expone en otro recinto de La Canderlaria, decido abandonar la zona caminando hacia el oeste por la Avenida Jiménez, donde la actividad comercial y de negocios ya está siendo notable. El gentío va y viene. Comerciantes, paseantes y ejecutivos que entran y salen de alguno de los edificios de oficinas, se entrecruzan. Entre la multitud, llegan unidades del TransMileno, el autobús urbano de vía reservada que recorre de punta a punta la ciudad de extremo a extremo. Cada autobús rojo que llega, descarga y recoge un buen número de pasajeros. No en vano este medio de transporte es utilizado a diario por cientos de miles de bogotanos para acceder al centro. Siguiendo al oeste por Jiménez, llego a un lugar donde se concentran librerías que ofrecen ejemplares de segunda mano a precios populares. Me agrada ver tantos libros en un país en el que hasta ahora apenas encontré lectores de periódicos. Veo que la capital es distinta a los barrios populares de los pueblos y ciudades.

Llega la hora de almorzar. He quedado con Andrea, una amiga bogotana, que ha prometido enseñarme lugares imprescindibles de la ciudad. Justo a tiempo. De los muchos establecimientos que hay en el centro -la oferta es infinita-, mi acompañante elige un establecimiento de la carrera 7, más allá del Parque Santander, llamado La Cucharita Colombiana. El agradable y abarrotado local ofrece una carta extensa a precios medios, que incluye especialidades paisas. Nos decantamos por una típica bandeja paisa, plato típico de la zona de Antioquia que incluye arroz, frijoles, platano frito, chorizo, morro de cerdo y aguacate. Casi nada.

ARTE MODERNO, CAFÉ Y CHICHA

Tras semejante comida el paseo. La opción elegida es el MAMBO, no el baile!, sino el Museo de Arte Moderno de Botogotá, cercano al restaurante. El museo ofrece una intrascendente exposición colectiva de artistas jóvenes colombianos y una divertida exposición del autor Pedro Ruíz -tampoco es el humorista!-, junto a otros artistas colaboradores títulada "Love is in the air". Estética pop, humor y color que despiertan la sonrisa. Muy interesante.

Una opción muy recomendable a la salida del museo, si el día está lluvioso y frio como hoy, es visitar el Centro Comercial Terraza Pasteur, una curiosa construcción circular con cuatro niveles repletos de pequeños establecimientos dedicados principalmente al ocio. El Café Cinemá, cuyo logotipo está inspirado en el mundo de Pedro Almodovar, es una excelente opción para tomar un buen café tinto en compañía de lo más progre de Bogotá. Alguna fotografía de El Ché y un cartel donde se indica que "no se vende Geno Cola, la chispa de la muerte", indica un poco el perfil ideológico del personal, fundamentalmente universitario que frecuenta el establecimiento.

La tarde cae y apetece pasear. Pese a la ligera lluvia, Andrea me invita a pasear de nuevo por La Candelaria, de nuevo casi desierta a estas horas, a la búsqueda de alguno de los muchos bares de ambiente universitario y cultural que existen en la zona y que a esas horas de la tarde ya deben estar abiertos. Tras un paseo y algún intento fallido -un martes laborable no es el mejor día para salir en una ciudad como esta-, acabamos en el punto más antiguo de la ciudad, la plaza del Chorro de Quevedo y su pequeña ermita. De ese lugar parte una empedrada callejuela llamada Calle del Embudo, por su estrechez inicial y su amplitud en su último tramo. Es en esa calle donde nos detenemos. Varios pequeños locales, de ambiente acogedor, anuncian en su fachada la venta de Chicha, bebida ancestral colombiana consistente en una especie de agua de maíz fermentada.... y alcohólica! En el bar Rock & Chica, nos detenemos. En su agradable sala superior, donde apenas caben una veintena de personas muy juntitas, se sirven raciones generosas de esta inquietante bebida, que según me cuenta mi anfitriona, estuvo incluso prohibida en un tiempo en Colombia. La chica va haciendo su efecto mientras en los televisores de la acogedora sala se proyectan vídeos de clásicos del rock... Deep Purple, Led Zeppelin, ACDC. Aerosmith... Toda una experiencia.

Gracias, Andrea.

Mañana, partiré hacia Leticia-Tabatinga. En el corazón del Amazonas.



Las calles empedradas de La Candelaria, a primera hora de la mañana. (foto: JCE)

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