17 julio 2007

Panchita Ventolera: un producto de la lucha diaria de los cubanos

No fueron Tamara y Gladys las únicas mujeres que conocí a mi llegada a Santiago de Cuba. Mi buen amigo Santiago Vallina me tenía una sorpresa a mi llegada a su casa en la calle Aguilera. Juanca, ¿no viste ahí abajo a Panchita Ventolera? El misterio se mantuvo hasta que bajamos a la calle. Allí estaba Panchita, un automóvil Plymouth norteamericano del año 1946 en el que Santiago ha estado trabajando los últimos cuatro años. Con gran pericia, poco dinero y mucho invento, -no debe ser fácil encajar un motor de arranque soviético en un automóvil clásico americano-, Chago ha conseguido convertir un montón de chatarra inservible en un vehículo operativo reconvertido en una furgoneta, con la que espera hacer servicios de transporte a los particulares y obtener unos pesos adicionales. Tal como comentó un viandante que ha seguido con atención la evolución del vehículo, siempre parqueado en la céntrica calle aguilera… Caballero, es usted un héroe.

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El largo viaje hacia Cuba.

Mi amigo Javier Mazorra, periodista de turismo, me contaba que, después de haber viajado durante años por todo el planeta, ha decidido centrarse únicamente en viajar por el continente europeo. ¿La razón? Se cansó de los largos viajes intercontinentales. Y no es para menos.

Hay que armarse de paciencia para afrontar un rutinario viaje compuesto por una sucesión de desplazamientos en coche, tren y avión, con las consabidas esperas en estaciones de tren y aeropuertos, que en mi caso, se prorrogaron durante casi veinte horas desde la salida de mi casa en Castellón, en España hasta la ciudad de La Habana, en Cuba. Se hace pesado, mi querido lector. Sólo la compañía de un buen libro consigue romper la rutina de un trayecto sin prácticamente alicientes. Es el precio que hay que pagar por alejarse unos cuantos miles de kilómetros de la cotidianeidad.

Anoche, llegué por fin a La Habana, penúltima escala del primer tramo de mi viaje. En la conocida casa de Dulce María, en el Vedado. Tras unas insuficientes horas de sueño, partí de nuevo, para trasladarme en un peligrosamente deteriorado Yak42D soviético, hasta mi primer y deseado en Cuba: Santiago de Cuba, capital del oriente cubano.

Fue en este último vuelo, donde ya se rompió finalmente la monotonía del viaje y tuve por fin la sensación de haber iniciado mi aventura cubana. Ayudó el que tuviera la suerte de compartir butaca y conversación con Tamara Columbié, dirigente de la poderosa Federación de Mujeres Cubanas, quien se trasladaba hasta Santiago de Cuba junto con Gladys Gutierrez, secretaria de estado de la Presidencia de la República Dominicana, para asistir en el municipio de Segundo Frente, a un acto de homenaje a Vilma Espín, mujer del dirigente cubano Raúl Castro –hermano del comandante en jefe-, recientemente fallecida. Pese a que la dirigente dominicana se mantuvo en un discreto segundo plano mientras Tamara y yo hablábamos, no sin ciertas precauciones por mi parte, sobre política, acabó por darme su tarjeta y ofrecerme su hospitalidad si en un futuro visitaba República Dominicana. Prometí presentarme a las puertas del Palacio Nacional dominicano, sede de la presidencia de la república y preguntar por ella. Sorprendentemente, me invitó a que lo hiciera. Así es la legendaria hospitalidad caribeña.

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