El Amazonas peruano. La comunidad de Gamboa.
En Leticia y Tabatinga existen pequeñas agencias de viaje que organizan excursiones de uno o varios días la jungla. Muchas de estas agencias disponen de alojamiento en confortables cabañas, que facilitan al viajero una aventura selvática sin renunciar a demasiadas comodidades.
Mi intención, sin emargo, pese a la falta de tiempo, era realizar mi inmersión en la jungla de la forma más auténtica posible. Ayudado por mi inseparable guía Lonely Planet, contacté con la pequeña agencia Amazon Jungle Trips, situada en la Avenida Internacional 6-25 de Leticia, muy cerca de la frontera con Tabatinga y Brasil-. Esta pequeña empresa, regentada por el señor Antonio y su hija Jussara, dispone de un acogedor albergue turístico a unos 75 km de leticia, sobre el Río Javarí. Tras explicarle a Antonio mi plan de pasar en la jungla dos días y hacerlo fuera de loa albergues turísticos, y preferentemente en solitario, me propuso pasar unos días con una familia indígena en cercana comunidad de Gamboa, una comunidad que se encuentra en la ribera peruana del Amazonas, a poco más de una hora de navegación a motor desde Leticia. Acepté el precio, unos 200.000 pesos y concertamos la salida para primera hora del día siguiente. Antonio me recogería en mi hotel.
En compañía de Jussara y de Paul, un taxista holandés que anda haciendo un viaje inciático de mochilero por sudamérica, me traslado hasta el puerto de Tabatinga. Desde allí, en una canoa a motor propiedad de un simpático brasileño, nos adentramos en las turbias aguas del gran Amazonas, rumbo a la ribera peruana. No hay fronteras aquí. El pasaporte sólo es necesario cuando uno sube a un avión o a un ferry. Las distancias y la impenetrabilidad de la jungla garantizan que desde aquí, nadie puede adentrarse en Brasil o en Perú por sus medios o en una sencilla canoa.
La travesía por el inmenso Amazonas, de poco más de una hora, es apasionante. Tenemos la inmensa suerte de encotrarnos en pleno cauce del río con una pequeña anaconda. Según nos explica nuestro motorista este encuentro es de lo más extraño, ya que estos reptiles sólo se encuentran en la profundida de la junga y es muy raro verlos tan expuestos. Un poco más allá, un chapoteo a babor. Y tras un instante, una pareja de delfines rosados. El misterioso mamífero avanza rio ariba asomando cíclucamente su cabeza y lomo para respirar, totalmente ajeno a nosotros, que hemos parado el motor para disfrutar de la magia del momento. Emociona.
Tras unos minutos los delfines desaparecen y continuamos la travesía. En el punto en que el pexperto motorista considera oportuno, dejamos la ribera norte del Amazonas para cruzar las aguas en perpendicular hasta la ribera opuesta. La fuerte corriente obliga al navegante a rectificar contínuamente el rumbo para enfilar con éxito la desembocadura del pequeño río Gamboa, por donde finalmente nos adentramos. Estamos en Perú.
Remontamos este rio estrecho, plagado de vegetación flotante que con habilidad esquiva el motorista, y nos adentramos en su cauce. Nos cruzamos con otra piragua que viaja en dirección contraria. En ella va un indígena con una carga de pescado. No lleva motor. Nos saluda y sigue su camino. A los pocos minutos, aparece una tradicional vivienda amazónica a babor. Un grupo de niños nos miran con curiosidad. Seguimos navegando y un poco más allá, arribamos a nuestro destino, la casa de Tertuliano, nuestro alojamiento en la Comunidad de Gamboa.
Nos recibe uno de los hijos de Tertuliano y nos cuenta que su padre salió con la canoa a desatascar el río, que ha quedado obstruído por la vegetación flotante que la corriente trae río abajo, no tardará. Paul y yo descargamos las hamacas, el agua potable y algunos víveres que hemos traído y nos instalamos en la casa. Se trata de una casa totalmente construída con madera, y soportada por altos pilares, que protegen a la vivienda de las crecidas del río. La casa ha sido totalmente construida por Tertuliano utilizando sólo maderas que crecen en la jungla baja que se extiende detrás de la casa. No hay luz, ni agua corriente, ni baño, ni por supuesto televisión.... ni siquiera una radio a pilas. Esto promete.
UN PASEO POR LA JUNGLA. MONOS, PÁJAROS... Y MOSQUITOS.
Por la tarde, después de disfrutar de un sencillo almuerzo preparado por Nazaret, la mujer de nuestro anfitrión, nos preparamos para hacer una caminata por la jungla. Vestidos con ropa larga, botas de agua altas y provistos de un potente repelente de insectos, agua y machetes, partimos de la casa y nos adentramos en la selva.
Tras poco más de media hora de caminar por la estrecha senda que Tertuliano mantiene abierta entre la espesa vegetación, nos sumergmos en la penumbra de la selva. El calor es axfisiante y nubes de mosquitos nos rodean. Pese al repelente, las picaduras son inevitables. Hay que acostumbrarse a estas duras condiciones para poder disfrutar del paseo.
Tertuliano, conocedor como pocos del entorno, nos explica a Paul y a mí pacientemente las propiedades medicinales de cada una de las plantas y árboles que nos vamos encontrando. Se para cada vez que escucha el canto de un ave y nos dice el nombre y las características de cada una. Y de cuando en cuando mira en los recovecos de la rugosa corteza de los árboles buscando alguna tarántula que enseñarnos. Toda una experiencia.
Más adelante, cuando la jungla se vuelve más espesa y húmeda, Tertuliano se detiene en seco y nos pide silencio. Su oído experto es capaz de identificar un sonido de entre todos los que se escuchan en la jungla. Monos. Nuestro guia identifica la dirección de donde viene el sonido y calcula la dirección del deplazamiento de una familia de monos, que santan de rama en rama. Con el máximo sigilo con que nos es posible -no es nada fácil moverse en silencio por la selva-, damos un rodeo con la intención de interceptar al grupo de monos. Lo conseguimos. En un punto determinado, nos detenemos y quedamos en silencio observando con dificultad las copas de los árboles. Ahí están... Saltando de rama en rama, una docena de pequeños monos avanza por la selva. Un encuentro inolvidable.
Seguimos nuestro paseo por la jungla, hasta llegar a un punto en que se abre un claro. Aquí los árboles han sido talados y en el suelo, casi al azar, aparecen pequeñas parecelas donde la mano del hombre ha plantado malanga, cilantro, cebollas y otras plantas comestibles. Los indígenas talan parte de la selva para utilizar su madera y plantar alimentos. Entristece, pero se comprende.
BUSCANDO CAIMANES EN LA NOCHE DEL AMAZONAS
Cae la noche en la comunidad indígena de Gamboa y los mosquitos incrementan su actividad. Tras una cena tradicional a base de pescado amazónico frito y arroz blanco, mi anfitrión en su característico español, me propone "ir a mirar caimanes". Me explica que podemos coger la piragua -también construída por él mismo- y remontar el río con una linterna a buscar estos reptiles, de hábitos nocturnos. Paul está agotado y prefiere quedarse descansando. Yo no pienso dejar pasar esta oportunidad. Vamos.
La claridad de la luna llena y el profundo conocimiento del rio de Tertuliano, hace posible que naveguemos sin luz ni motor por el río. La noche en la jungla es apasionante. Los sonidos son radicalmente distintos de los del día. Los pájaros que se escuchan son otros. El croar de las ranas es omnipresente Y centenares de animales bioluminescentes que se pueden ver sobre la vegetación flotante y en volando sobre las riberas del río, dan un cariz mágico a la travesía. Fascinante. De cuando en cuando Tertuliano enciende su linterna y barre con ella las orillas del rio y la vegetación flotante. Espera que el haz de la linterna se refleje en los ojos de un caimán. No hay suerte. Durante dos largas horas navegamos por el río Gamboa en silencio, escuchando la música que la selva. Tertuliano responde pacientemente a mis preguntas sobre los sonidos que se esuchan. "Eso es una ranita verde pequeña", "esto otro es un pájaro"... Mi paseo nocturno por el río fue una experiencia inolvidable.
PESCANDO PIRAÑAS EN LA SELVA INUNDADA
Tras una noche de sueño incómodo por la falta de costumbre de dormir en hamaca y por el excesivo calor, me levanto con las primeras luces. Son las cinco y media de la mañana. Tertuliano se fue ya a revisar el cauce del río. Parece que durante la noche se taponó de nuevo por la bajada de vegetación flotante. Aprovecho para dar un paseo por las inmediaciones de la casa, comer algunas guayabas de las matas cercanas y me divierto un rato dando de comer al mono que la familia tiene en la casa.
Más tarde, Tertuliano regresa y le propongo dedicar la mañana a la pesca. Paul se muestra conforme y tras preparar los aparejos -unas varas flexibles con sedal y un anzuelo- y permitirme el lujo de enseñarle un nuevo nudo para unir sedal y anzuelos, cogemos un pez que sobró de la comida de ayer como cebo y subimos a la piragua. Tertuliano nos lleva a la margen este del Rio Gamboa, donde las aguas han inudado ya buena parte de la selva. Con cuidado y esquivando árboles y ramas hundidas, nos adentramos en la fantasmagórica penumbra de la selva. Parece que este es un buen sitio para la pesca, ya que las pirañas y otros pescados prefieren cazar y ocultarse entre las ramas y troncos de los árboles sumergidos.
Tras intentarlo en varios lugares distintos y sufrir una vez más la picadura de mosquitos y de unas traicioneras hormigas rojas que caen de los árboles, la jornada se cierra con la más que modesta captura de dos pequeñas pirañas. Las comeremos fritas hoy mismo.
Por la tarde llueve torrenciamente en la comunidad de Gamboa. La lluvia nos obliga a recluirnos, mientras el aroma a tierra mojada invade el ambiente. La lluvia siempre me provoca cierta nostalgia, y siento de verás no tener más tiempo en esta ocasión para disfrutar de la selva y de este sencillo modo de vida que Tertuliano y su familia me han descubierto.
Leticia, Tabatinga y el Amazontas de las tres fronteras, a vista de pájaro. (c) Google Maps.
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