09 enero 2006

Un paseo por la ciudad de Cartago

Mi primer día en Colombia comienza muy temprano en la casa de Mauri, el el popular barrio de San Jerónimo. Se respira en el ambiente los preparativos de la gran fiesta que tendrá lugar en la cercana casa de su madre: el octavo cumpleaños de Kevin, y el primero que verá su padre después de cinco años fuera de su país.

Tras desayunar un excelente café y una arepa -especie de torta de maiz muy popular-, decido acompañar a Sandra, la tia de Kevin y a Ana, la novia de Mauri y al propio Kevin al centro de Cartago. Con todos horrores que he escuchado sobre Colombia en general y sobre esta zona en particular, mejor dar mi primer paseo por la ciudad en compañía de conocedores de la zona.

Cartago no es desde luego una ciudad atractiva. Su arquitectura es muy funcional y moderna. Casas bajas unifamiliares son el modelo más abundante. Apenas destacan en la torre y edificio de la catedral, de moderna costrucción y un par de grandes iglesias. El resto de la ciudad son calles más o menos anchas, plazas más o menos llamativas y modernas tiendas, supermercados. Abundan las tiendas de moda y calzado. No hay que olvidar que la industria textil colombiana es la más importante de toda América del Sur. De la vecina Medellín llegan todo tipo de piezas que se venden también aquí en Cartago.

El verdadero atractivo de esta ciudad, está desde luego en sus gentes. En la mañana de domingo, víspera de fiesta, todo el centro presenta un animadísimo aspecto. Las iglesias están repletas de gente. Colombia es un país que se declara católico en un 95%. La mayor actividad junto con las iglesias se observa en las tiendas y supermercados. Mucha gente hace sus compras para la noche y el lunes, que es festivo. Especiamente interesante me resulta la zona del mercado, al que se accede a través de unas estrechas y tumultuosas calles en donde conviene vigilar muy bien las pertenencias de uno. Allí encontramos uno de los rincones más atractivos que pude ver. Los mercados de la carne y productos agrícolas se encuentran en naves separadas. Los vendedores en sus puestos ofrecen todo tipo de productos. Como era de esperar, los mercados de Colombia reflejan la enorme riqueza de su agricultura y ganadería. Hierbas aromáticas y medicinales, frutas tropicales conocidas y desconocidas, carnes... Para un apasionado de la cocina y los mercados, un auténtico paraiso.

Tras la visita al mercado, me despido de mis acompañantes y decido dar un nuevo paseo por las calles céntricas de la ciudad, ya a mi aire. Es ya mediodía y el calor es abrasador. Hago una parada frente a los mercados en la agitada Cafetería Panadería Los Paisas donde una cerveza Poker y unas empanadillas de maíz y carne me ayudan a reponer fuerzas. Se acerca la hora de volver para la casa y echar una mano en los preparativos de la fiesta de Kevin. La tarde será larga.

Calle de Cartago, con la torre de la catedral al fondo. (Foto Juan Carlos Enrique)

El norte del Valle del Cauca. Pereira y Cartago.

El vuelo de Avianca de Bogotá a Pereira, apenas dura el tiempo suficiente para poder saborear el café tinto - café largo y claro - que sirve la amable tripulación de cabina.
La llegada al pequeño aeropuerto de Pereira es cuanto menos sorprendente. El avión no aterriza, más bien se deja caer cuando menos se lo espera el pasajero, sobre una pista que presenta una inclinación descendete de unos 30 grados. Al poco de haber tocado tierra, el aparato realiza un viraje a babor en plena carrera. El lugar elevado donde se situa el aeropuerto, cotribuye a la sensación extraña del aterrizaje..
Tras descender del avión, otra sorpresa. La terminal está abarrotada de ruidoso gentío que contra lo que pueda pensarse, no están esperando a un equipo de fútbol ni a una estrella del rock. Son familiares de los viajeros, que en muchos casos llevan años sin pisar su tierra natal. Es un momento de reencuentros para muchos, incluyendo a mi amigo Pablo, que regresa a su casa de La Unión después de tres años. Su hermana le está esperando y tendrá la amabilidad de dejarme en Cartago, camino de su ciudad.
De Pereira, -"pereirita la bella" como la llaman sus habitantes- no tengo ocasión de ver nada más que el aeropuerto. Prometo visitar esta ciudad antes de mi partida.
En plena noche, apenas se adivina el verde y rico paisaje que discurre a ambos lados de la carretera que circula casi paralela al Rio Cauca. Según me cuentan, el valle tiene una riqueza paisajística inusitada. Habrá que esperar otra ocasión para verlo. El trayecto de unos 45 minutos de duración por una carretera en buen estado, no presenta grandes sorpresas. Poco tráfico, y tres o cuatro controles rutinarios de la policía y el ejército en que no hay siquiera que parar el coche.
Al fin, Cartago, una ciudad que está fuera de todo circuito turístico. De hecho en las prestigiosas guías Lonely Planet, que habitualmente incluyen cada rincón del país a que se dedican, no menciona ni en una sola ocasión a esta ciudad de unos 200.000 habitantes. Y es que no hay muchas razones para venir aquí, salvo que como yo, tengas amigos a los que visitar. Ya me lo advirtieron. Acá se dice "grande y feo como Cartago". Y por si fuera poco, la ciudad y los propios habitantes, tienen mala reputación entre los propios colombianos. Con estas credenciales, es lógico que no lleguen turistas ni se les esperen.
Sin embargo, para mí, que en todos mis viajes me interesa más conocer a las gentes que al paisaje, sin duda Cartago me ofrecerá una excelente oportunidad de concer más a este acogedor pueblo.
A mi llegada a Cartago, me recibe mi buen amigo Mauricio con una botella de Ron Viejo de Caldas. Me recuerda que mañana será un gran día. Su hijo Kevin, cumplirá ocho años.